ANGUSTIA

Mi respiración está más acelerada que nunca. Los latidos retumban en mi cabeza mientras mi corazón intenta por momentos salirse del pecho a la vez que corro desesperada. Esta angustia es insoportable.

Recorro los estrechos callejones con aún más prisa que miedo y siento como si cada una de mis pisadas al caer sobre los pequeños charcos resonasen en toda la ciudad.

He dejado a mi marido atrás, al final de la calle, inmóvil, quizá absorto y sin saber muy bien que hacer y he salido con toda la velocidad que mi frágil cuerpo me permite.

¡Mi hijo! ¡¿Dónde está mi hijo?! Soltó mi mano y desapareció justo después de que aquellos encapuchados… Y no me dio tiempo de ver más ¡No! ¡Samuel!

Tengo que encontrarlo.

Vuelvo a girar una esquina y una señora mayor con un gorro de lana lleno de agujeros y unos guantes rotos clava sus ojos en mí sin dejar de calentarse en la improvisada hoguera que tiene con unos botes de pintura.

-Señora, estoy buscando a mi hijo. ¡¡¿¿Por favor, lo ha visto??!! Samuel, tiene 7 años. Seguro que ha tenido que verlo, tuvo que pasar por aquí,- Le grito a la señora suplicando una respuesta.

-Vas por el camino equivocado- Me dice calándose el mugriento gorro hasta las orejas y girándose hacia su singular estufa…

-¡Vieja asquerosa!- mascullo para mis adentros mientras giro otra esquina.

A lo lejos, veo el lugar donde dejé a mi marido. Está hablando con la policía, es lo último que recuerdo antes de ponerme a buscarlo, una patrulla que se detenía. –No pienso quedarme a esperar aquí-, le dije justo antes de salir a buscar a mi hijo.

Decido seguir buscando. No voy a solucionar nada allí. Además, ya está él para contarles lo que pasó.


No hay muchas personas a estas horas por la calle. Eso dificulta aún más todo. El frío y la noche convierten la ciudad en un páramo donde apenas unas pocas figuras impiden que sea un completo y frío desierto. Además, en la carrera he perdido uno de mis tacones.

-¿Donde vas?- Escucho sin saber muy bien de dónde. -¿Dónde vas y qué estás buscando?

Alzo la vista y una chica de unos 20 años me mira desde el balcón. Su cara de preocupación me conmueve y su rostro… Pero no tengo tiempo para preguntarle qué le sucede.

-Estoy buscando a mi hijo. Creo que lo han secuestrado. No sé. ¿O quizá le dio tiempo a escapar y esté solo en esta mierda de ciudad!- Le grito desesperada, llena de rabia y dolor.

Saboreo la sal de mis propias lágrimas en un inútil intento por calmarme.

-No suele pasar nadie por aquí. Sólo estoy yo en esta calle. Tu hijo no está por aquí.

Miro a mi alrededor y es cierto, no hay un alma. Pero han podido esconderlo. ¡Joder!

Titubeo un par de segundos antes de decidir qué dirección tomar, sin despedirme de la chica. Prometo volver cuando encuentre a mi hijo. Pero, lo siento. Mi hijo…


¿Derecha? ¿Izquierda? Joder, todas las putas calles me parecen iguales, y además tengo la sensación de haber estado ya en todas. Como si estuviera corriendo en círculo.


Giro a la izquierda todo lo deprisa que puedo. El sepulcral silencio me eriza la piel. Sólo se escucha alguna sirena a lo lejos y mis pisadas.

Y al girar la esquina, me choco.

-¡¡¡Samuel!! ¡¡Hijo mío!! ¿¿Dónde estabas??

-¿Qué le pasa, señora? ¿Está usted bien?

-Pero… ¿Qué cojones hace un niño como tú a estas horas solo por la calle? Te confundí con mi hijo. ¿Lo has visto? Se llama Samuel, es como tú de alto. Lo han secuestrado. Por favor, ¿lo has visto?

-Lo siento señora, no he visto nada. Yo vivo en esa casa de ahí.- Señala el muchacho, refiriéndose a una pequeña casa que hay a un par de metros, con la fachada desconchada, el canalón descolgado y una persiana partida por la mitad, con un trozo arriba y otro abajo.- Mi padre me dijo que tirase la basura. Él está siempre borracho y no se mueve del sofá desde lo de mi madre.

Pobre niño, le toco su carita helada con la única ternura que puedo permitirme en este momento. Al llegar le diré a la policía. Ellos sabrán qué hacer.

Sigo corriendo mirando de reojo al pequeño, con el corazón dividido entre mi propio dolor y el que me provoca el sufrimiento que debe estar viviendo aquel inocente muchacho.


De pronto llego a un lugar que no me suena de nada. No he estado aquí nunca. Tampoco frecuento mucho esta ciudad y mucho menos estos barrios. Miro el reloj, pero no lo tengo, se me debió caer con el forcejeo,

-Señor, disculpe. ¿Qué hora es?- Le pregunto a un barrendero que estaba recogiendo los restos de unas botellas rotas.

-La hora de volver a casa, señora. ¿Qué hace aquí a estas horas y sola?

-Estoy buscando a mi hijo. Seguro que lo ha visto, tuvo que pasar por aquí. No lo ha visto nadie en toda la ciudad, seguro que lo ha visto usted. ¡¡Seguro que lo ha visto usted!! ¡¡Dónde está mi hijo!!- Le grito al pobre hombre como si él tuviera la culpa.

De pronto, rompo a llorar, y me arrodillo. No puedo más, estoy agotada, desesperada… Samuel…

-Señora, creo que debería irse. Por aquí no ha pasado nadie. Al menos nadie con un niño. Lo habría visto. Llevo aquí toda la noche. Quizá alguien haya encontrado a su hijo y lo tenga la policía. ¿Está usted sola?

-Mi marido se quedó allí. Le grité cuando salí a correr, pero no me hizo caso. Se quedó hablando con la policía. Aunque supongo que era lo más sensato, alguien tenía que buscarlo, pero alguien tendría que explicarles lo que pasó.


En ese momento, exhausta, retrocedo sobre mis pasos, intentando ubicarme para volver a la puerta del restaurante donde dejé a mi marido. Y consigo verlo al final de la calle. Hay bastante gente. Como si todas las personas que no he visto en la ciudad estuvieran allí. Seguro que han encontrado a Samuel.

Comienzo a correr todo lo que puedo cuando veo a lo lejos la figura de lo que parece mi hijo. ¡Es mi hijo!

-¡¡Samueeeel!!! Le grito, pero no me escucha todavía.

Samuel está quieto. No responde. Como si no estuviera. Parece un fantasma. Vuelvo a gritarle y no me escucha.

Me giro, veo la moto de los encapuchados a la vuelta de la esquina en el suelo. Y unos sanitarios junto al cuerpo de un cuerpo. Lo siento, pero no me da ninguna pena de lo que le haya pasado a esos hijos de puta.

Entonces miro al otro lado y veo a la policía con los dos encapuchados esposados

La cabeza me estalla y siento un dolor insoportable. De pronto, salimos del restaurante, llevo a Samuel de la mano, y dos encapuchados huyendo de Dios sabe qué llegan en moto derrapando y chocan contra nosotros. Samuel suelta mi mano. Hay una chica joven con cicatrices en las muñecas, un señor con una pistola porque trabaja de noche y ha descubierto que su mujer busca calor en otro cuerpo, una señora que lo ha perdido todo me mira y alcanzo a verle unas marcas en el cuello y, a su lado, un niño, en pijama, con la tez pálida y sin pelo en la cabeza…

Samuel suelta mi mano, justo antes de que mi cuerpo caiga al suelo, desprendiéndose de él un zapato y el reloj en la caída. Entonces me levanto y le grito a mi marido que voy a buscar a Samuel, pero él no me escucha. Permanece inmóvil mirando mi cuerpo que yace en el suelo. Samuel, aterrado, está escondido detrás de un contenedor.


No entiendo nada. ¿Qué está pasando aquí?

De pronto, un señor, una joven, un niño y una anciana se acercan a mí.

-Vamos, Marta. Tenemos que irnos.

Autor: Tuslibrosmiscanciones