EL ASEDIO DE NINTHERGALE
Estaba a punto de hacerlo, a punto de sumergirme por fin en las aguas que depurarían mi espíritu de todas aquellas auras infectas que impedían mi descanso.
Había sido ardua labor llegar hasta allí. Había tenido que batirme en batalla con decenas de pristium del bosque maldito, unas flores que, cual sirenas, te encandilaban con su olor para, cuando te acercases, engullirte sin piedad. Tampoco había sido fácil esquivar a los kristens, preciosos seres alados brillantes, con cola de pez y tridentes capaces de pulverizar cualquier ser que atravesasen con ellos. Y qué decir de los gárangkoks, horribles seres que se movían bajo tierra, siguiendo desde un plano inferior el olor de sus presas para emerger de repente y arrastrarlos al submundo, de donde nunca nadie fue capaz de volver.
Pero lo había logrado, por fin había llegado al lago de aguas anaranjadas, donde la leyenda decía que si te sumergías podías curar todos tus males. Ese lago era toda mi esperanza para recobrar la paz de mi ser, puesto que, tras la desaparición de todos los míos en una tormenta tóxica que cubrió toda mi aldea, las pesadillas no me dejaban descansar en paz. Sé que mi vida nunca volverá a ser la misma, sé que pasarán casi 2000 soles, si consigo sobrevivirlos, hasta que pueda iniciar mi reproducción y tener descendencia. Por eso tengo que hacer lo posible por sanar, no solo por mí, sino por la supervivencia del pueblo Ninthergale.
Siempre hemos sido un pueblo pacífico y no entiendo cómo nuestros dioses pudieron arremeter de tal forma contra nosotros. Solo yo me salvé de la matanza, porque me encontraba en mi baño de meditación profunda. Debía llevar apenas 2 o 3 soles sumergido en el néctar de la meditación, puesto que, cuando desperté, tras 30 soles de descanso, encontré todo el pueblo desolado y los restos malolientes de los cadáveres eran prácticamente insoportables. No podía aguantar el olor nauseabundo y no pude hacer otra cosa que tomar mi espada y algunos víveres y alejarme de allí todo lo aprisa que me permitieron mis todavía entumecidos pies.
Sesenta y tres soles había tardado, según mis cálculos, en llegar a ese lugar mágico y, como si de un ritual se tratase, introduje lentamente mis pies, aclimatándome a la temperatura gélida de las aguas. Avancé poco a poco, viendo mi cuerpo sumergirse en un halo de colores vivos: amarillo, naranja, rojo… Decía la leyenda que, cuanto más rojo se volviese el fluido mágico a tu alrededor, mayor era el nivel de depuración necesario y mejor el resultado. Cuando ya había sumergido parte de mi tórax, dejando mis cuatro brazos a ras del fluido eterno, un halo de vapor de color púrpura se levantó delante de mí y surgió la criatura más bella que mis ojos habían visto jamás.
-Eton- pronunció con una voz tan suave que te acariciaba el alma.
-¿Cómo sabes mi nombre?-
-Yo lo sé todo, ¿acaso no sabes quién soy? Yo te he traído aquí sano y salvo para que puedas cumplir con tu misión ancestral.-
-No entiendo nada. ¿Quién eres tú y qué misión es ésa?-
Aquel precioso ente me explicó que se trataba de mi raíz; así es como llamamos en mi pueblo al ancestro que se ocupa de cuidarnos desde el plano astral. Yo no sabía que podía manifestarse de tal modo. A decir verdad, a mis escasos 800 soles, no creía demasiado en los cuentos de los ancianos.
Me explicó que el Consejo de Raíces había tenido que tomar la decisión drástica de acabar ellos mismos con nuestro pueblo, pues de no ser así, pronto lo haríamos nosotros mismos, ya que el odio y la amargura estaban haciendo nido en uno de los hogares más fuertes del poblado y no nos esperaba nada bueno. De no haber tomado ellos tan crítica decisión, la de elegir un alma noble que pudiese perpetuar mi pueblo, en cuestión de poco más de 100 soles todo se habría extinguido.
Lo que me contó me dejó estupefacto. No daba crédito a la idea de que uno de nosotros pudiese terminar con todo, después de lo difícil que resultaba sobrevivir en tierras tan plagadas de seres peligrosos, que se alimentaban de nuestros cuerpos y almas sin piedad. Al parecer, uno de esos seres se apoderó del alma de Britan, uno de los caballeros más fuertes del pueblo, que urdía sin descanso la forma de exterminarlo para hacerse con todo el poder… Sin pensar que, sin nadie más que él de su especie, no tendría sobre quién ejercerlo.
Después de darme todas las explicaciones que necesitaba, mi raíz me dijo que ya había cumplido con su misión y que ahora solo quedaba que cumpliese yo con la mía. Así que, una vez desapareció, tal cual había surgido, inhalé fuertemente y terminé de sumergirme en aquellos fluidos mágicos que hacían remolinos de colores a mi alrededor.
Al momento, sentí una paz tan inmensa que deseé poder quedarme allí para siempre. Pero no podía hacerlo, debía salvar a mi especie o todo el planeta perdería su equilibrio e implosionaría, destruyendo cada molécula de vida y todo por lo que llevábamos miles de soles luchando.
No sé cuántos nanosoles pasé bajo el fluido, en una especie de ensoñación en la que me sentía liviano como la pluma de un fristbag, pero, cuando al fin decidí salir, mi cuerpo se había transformado por completo y todo a mi alrededor había desaparecido…
~FIN~
Claudia Palmer