Tengan todos y todas un buen día de todos los santos, o más bien conocido a nivel internacional, como una buena noche de Halloween, permitan que me presente soy Rodolfo Fonseca De la Torre, bueno más bien lo era, ¿O sigo siéndolo?, Tal vez no lo tengo muy claro.
Soy un psicólogo de una estimada reputación, me encontraba recopilando información para mi tesis doctoral, sobre la alta tasa de suicidio en Japón, en concreto en el bosque de Aokigahara, más conocido popularmente como el bosque de los suicidios.
Comenzaré desde mi llegada al país del sol naciente, ya había aterrizado en Narita, en casa había hecho los deberes, calculando bien la ruta que tenía que seguir, primero encontrar la línea Chuo hasta llegar a Takao, allí coger la línea principal para hacer transbordo en Fujikyuko y por último llegar hasta Kawaguchiku, donde iba a montar mi base de operaciones en un precioso onsen tradicional.
Aproveché el largo trayecto para repasar un poco los hechos, ¿A qué se debe la alta tasa de suicidios en Japón?, se encuentra en una media de 16 por cada 100.000 habitantes, muy por encima de la media de suicidios a nivel mundial, que es de 9,25 por cada 100.000 habitantes.
En una nación donde, aparentemente, la amabilidad y felicidad parece rebosar en sus habitantes, aunque la realidad está bastante lejos.
Una sociedad donde desde pequeños les hacen sentir una presión impropia de la edad, donde nunca pueden ser ellos mismos, por miedo al qué dirán, el tabú es la orden del día, donde las apariencias lo son todo.
Cuando crecen todo va incluso a peor, una competitividad desmedida, si no escalas en la jerarquía no vales nada, sin apenas tiempo para descansar la mente, muchas personas estallan hasta tal punto, que la única solución que encuentran, es arrebatar su vida.
De esta forma puedo responder a mi primera cuestión, entonces nace la segunda, ¿Por qué tantas personas deciden quitarse la vida en Aokigahara?, para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta varios factores remontándonos a diferentes épocas.
Antes de analizarlos, os comentare un poco las cifras, para que se hagan una idea del porque sorprende tanto, y dedico mi tesis doctoral a este tema, desde 1950 se han encontrado más de 700 cuerpos sin vida, desde 1988 más de 73 cadáveres anuales, incluso algunos años como 2012 registrando más de 100 encontrados.
La primera de ellas la encontramos en la novela Kuroi Jukai (El negro mar de árboles) de Seicho Matsumoto, publicado en 1960, el triste final de esta historia, donde trágicamente dos amantes deciden quitarse la vida en este lugar, hizo que se romantizase la idea del suicidio en este bosque, aumentando la tasa de cuerpos sin vida encontrados allí desde su publicación, contabilizándose los suicidios con una media de unas 100 muertes anuales.
El segundo hecho a tener en cuenta es la publicación en 1993 de: ``El completo manual del suicidio´´ (Jisatsu Manyuaru, lit.) escrito por Wataru Tsurumi, el hecho de que este tomo adquiriese más de un millón de ventas, hace ver la envergadura del problema que tiene esta sociedad. En este manual se aconseja el bosque de Aokigahara como punto ideal para quitarse la vida.
Para comentar el tercer hecho, tenemos que retroceder en la historia, donde leyendas y hechos se entremezclan para aclararnos un poco el misticismo que esconden los gigantescos árboles de este paraje natural.
Algunos creen que los orígenes de esta siniestra tradición, se remonta al siglo XIX, cuando las familias pobres abandonaban a sus ancianos o familiares enfermos en el bosque para que murieran, practicando una forma de eutanasia, que en japonés se llama ubasute.
Adentrándonos en leyendas, desde hace más de 1.000 años de antigüedad, se conocen poemas referidos al lugar como un bosque maldito. Siempre se ha asociado con demonios y la mitología siniestra japonesa.
Cientos de leyendas misteriosas se han ido transmitiendo a lo largo de los años, haciendo referencia al bosque de Aokigahara como un paraje prohibido, maldito y demoniaco a evitar.
A todos estos factores hay que añadir la cultura alrededor del suicidio en el país del sol naciente, según el psicólogo Nipón Wataru Nishida, tiene como principal factor, que en Japón la tradición cristiana no está muy arraigada, por lo que suicidarse nunca ha sido un pecado; es más, para la sociedad japonesa se ve como una manera de asumir una responsabilidad.
Ya entrando en mi valoración personal, incluso tras analizar todos los hechos expuestos, siento como si me faltase algo, quizás es por mi forma occidental de ver la vida, pero mi instinto me dice que tiene que haber algo oculto, por eso me dirijo a Kawaguchiku, siempre me han ido mejor las cosas haciendo investigaciones de campo.
Entre divagar en archivos y los traslados de transporte, se me hizo corto el trayecto, sin apenas darme cuenta, ya me encontraba en Kawaguchiku, un bellísimo pueblo situado a la orilla del lago que lleva su mismo nombre, sobre el unas imponentes vistas del monte Fuji, un bello lugar en el cual me alojé durante toda la investigación, el emplazamiento donde la vida me cambio por completo, encontrando a mi nueva familia.
A pocos minutos caminando, encontré el bello onsen que reserve desde “Booking”, un lugar tradicional, con termas propias, en el cual incluía comidas en el precio, el paraíso para alguien que necesitaba relajarse después del trabajo.
Entré en la recepción, allí por primera vez vi al bueno de Takeshi, ay de mí si le hubiese hecho caso. De siempre fui un amante de la cultura anime, así que aprendí el idioma local por cuenta propia, eso me hizo más fácil poder relacionarme con los habitantes locales, lo cual fue esencial en la investigación.
Estaba deseando estrenar las aguas termales, primero me di un buen baño relajante, era espectacular estar sumergido en esas cálidas aguas, teniendo de frente la majestuosa silueta del monte Fuji, recuerdos que atesoraré en la bella eternidad.
Tras el baño, me dirigí a cenar, ahí Takeshi ya tenía preparados dos cuencos de miso ramen tradicional, con una botella de sake, el cual servía en dos pequeños tazones, me acompañó durante toda la cena, la cual aproveché para hacerle varias preguntas.
—Buenas noches, señor Takeshi, ¿Le importa que durante la cena le haga algunas preguntas relativas a la leyenda del bosque de Aokigahara?— El anfitrión paso de portar un rostro sonriente a serio tras la pregunta, —Le contestaré lo que quiera sobre el bosque, pero antes de ello le daré un consejo, muchos jóvenes escépticos pasaron por aquí atraídos por el morbo y las leyendas, sobre todo después del lanzamiento de la película de Natalie Dormer y el famoso video de mal gusto de Logan Paul, algunos de ellos jamás volvieron y no tenía mucha pinta de que quisieran desprenderse de su vida,— dio un parón en su discurso para dar un sorbo de sake, —ser intelectual y no creer en lo espiritual, no hace que la oscuridad que reina ese lugar se apiade de usted, tenga mucho cuidado—.
En ese momento asentí con la cabeza, en mi mente científica no había cabida para las cosas no tangibles, así que tras su consejo le contesté, —Muchas gracias por su advertencia señor, lo tendré en cuenta. Acaba de hablar usted de una oscuridad que reina en el bosque, ¿A qué se refiere exactamente?—, mirándome fijamente a los ojos, Takeshi agarró mi mano izquierda mientras dijo, —señor Fonseca, las almas desoladas que perdieron su vida en Aokigahara, siguen vagando por allí, no le recomiendo cruzarse con ninguna de ellas y en caso de hacerlo, mejor ignorarlas— tras esto recogió la mesa para marchar a sus aposentos, no sin antes decirme, —sé que para usted las historias no son más que mitos, pero señor Fonseca, tenga usted cuidado en ese lugar. Buenas noches—.
Anoté cada una de las palabras del amable de Takeshi, me servirían para posteriormente seguir tirando del hilo. Subí a mi dormitorio, extendí el cálido futón y me eché a dormir, al día siguiente sería la primera expedición hacia el bosque.
Los primeros rayos del sol hicieron que me despertase, me preparé para salir lo antes posible, cogí el bento que amablemente el señor Takeshi había preparado para mí. En la puerta del onsen ya se encontraba el coche que había alquilado para dirigirme hacia Aokigahara, esa fue la primera vez que puse rumbo hacia allí.
Durante el trayecto observe lo bello que era ese lugar, un lago templado, el monte Fuji al fondo y una frondosa hilera de árboles creando el bosque de las leyendas, después de tanto tiempo investigando no podía creer que estuviese llegando a Aokigahara.
Bajando del coche, ya me encontraba frente a los inmensos cipreses hinoki y los tsugas, un silencio espeluznante se hacía eco entre los troncos, frente a mí un cartel de lo más inusual ``Tu vida es un hermoso regalo de tus padres. Por favor piensa en tus padres, hermanos e hijos. No te lo guardes. Habla de tus problemas.´´
Nada más leerlo se me erizaron los bellos, pero era lógico, esas brutales estadísticas hacía necesario que este tipo de mensajes estuviesen, aunque quizás un cambio en el sistema educativo y laboral sería bastante más práctico, pero esas cosas ya no son de mi incumbencia.
Seguí por el recorrido aconsejado por las autoridades, debido a la frondosidad del bosque era muy fácil desorientarse, apenas entrar pierdes la cobertura y no solo eso, el subsuelo está repleto de minas magnéticas, que hacen que hasta las brújulas sean inestables.
Observé todo a mi alrededor, quise embriagarme de todo el misticismo que poseía cada rincón de Aokigahara, cuando de pronto encontré unos chicos de aproximadamente unos veinte años, vi que estaban atando unos lazos amarillos en los troncos, cosa que llamó mi atención.
—Buenas tardes, joven, me presento, soy Rodolfo Fonseca, me encuentro haciendo un estudio sobre este bosque, ¿Podríais decirme por qué anudan a las cortezas esos lazos amarillos?—, le dije al más cercano a mí, aproximándome de forma cortés, —buenas tardes, señor, me llamo Sinosuke Yamamoto, somos voluntarios de aquí de la zona, ponemos estos lazos para que las personas que a última hora cambian de opinión, tengan una forma de volver, en este bosque es muy fácil perderse—, asentí interesado por lo que el chico me respondió, —muchas gracias Sinosuke, muy amable, le dejo hacer su labor—, acompañé la despedida con una pequeña reverencia estilo japonesa, —de nada señor Rodolfo, todo un placer— tras decirme esto, devolvió la reverencia y siguió anudando lazos en las cortezas.
Me adentré un poco más, llegando hasta el límite aconsejado por los lugareños, note por primera vez esa sensación extraña, que me empujaba a continuar, no sabría bien como describirla, entonces noté una presencia a mi lado.
Era un hombre, de unos treintaicinco años, vestía una gorra roja, sudadera larga del mismo color, pantalón vaquero, unas zapatillas “Nike” y un destacable reloj amarillo chillón, que resaltaba ante el resto de la vestimenta, pasó por mi lado con intención de adentrarse en la espesura, mi instinto actuó poniéndole la mano en el hombro.
—Caballero, disculpe irrumpir así, pero todos los lugareños dicen que es peligroso continuar este sendero si no lo conoce—, él se giró con una media sonrisa, dirigiéndose a mí cordialmente, —depende de lo que usted considere peligroso, quizás para usted es gratificante un baño en el océano, mientras que para otro es el terror absoluto, lo mismo con este lugar, quizás yo busco la paz que en su interior yace—, soltándole el hombro le miré fijamente, — tuvo cierta lógica lo que dijo, pero igualmente tenga cuidado, disfrute de un buen día señor—, giró y mientras seguía su camino dijo, —probablemente sí que será un gran día, tal vez el mejor— tras esto desapareció entre la arboleda. Después de esta conversación volví tras mis pasos, para coger el coche y volver al onsen, para recopilar por escrito todo lo que había sentido y averiguado hoy.
Una vez allí Takeshi se encontraba barriendo la entrada, mientras su esposa pasaba la mopa por el parqué reluciente, saludé a ambos, me quite los zapatos, y me fui hacia mi habitación para que no se me olvidase nada del primer día allí.
Esta vez no fui a las aguas termales, me di una simple ducha y bajé a cenar, descendiendo las escaleras, ya olía para chuparse los dedos, Takeshi había preparado un variado de platos; sushi, takoyaki, dulces mochis, tempuras, en resumen una gran variedad de platos que cada cual era más apetecible que el anterior.
—¿Señor Fonseca, encontró lo que buscaba en el Jukai? (Mar de árboles)—, me sorprendió que esta vez fuese el quién sacase el tema, —pues siendo honesto señor Takeshi, me llamó la atención ver a unos chicos que ponían lazos sobre los árboles, me contaron que hacían esto para guiar a los rezagados que se arrepentían de estar ahí—, Takeshi mostró una leve sonrisa mientras contestaba, —son buenos muchachos, intentan ayudar a las personas, aunque normalmente cuando uno llega a ese punto, suele ser difícil dar marcha atrás—.
Hubo un silencio momentáneo, el cual rompí contándole la extraña conversación que tuve con aquel hombre, tras contárselo se le cambió la cara, —¿No paró a ese hombre a la fuerza y llamó a las autoridades? —, En ese momento quedé sorprendido por su reacción, la experiencia jugaba a su favor, en el mismo instante ya se dio cuenta de lo que verdaderamente estaba pasando por la mente de ese hombre, —pues la verdad que no, ¿Debí haberlo hecho?— pensativo mirando hacia una pared de la habitación me respondió, —la verdad, espero que no fuese necesario que usted actuase señor Fonseca, eso solo lo sabremos con el paso de los días—.
Después de esta interesante conversación, le ayudé a recoger las cosas y me fui hacia el dormitorio, estiré el futón y me marché a dormir, mañana intentaría averiguar más sobre el bosque.
Desperté con los primeros rayos del sol, de nuevo bajé a recoger el bento que Takeshi me había preparado, al salir se me ocurrió una idea que cambiaría todo el transcurso de mi historia, me dirigí a una pequeña tienda que había en el pueblo, para comprar unos lazos de color rojo, copiando la estrategia que vi de Sinosuke, así podría adentrarme un poco más en el bosque, para vivir más aún la experiencia de Aokigahara.
Arranque de nuevo el coche, poniendo rumbo a mi segundo día en la arboleda, en el trayecto no dejé de pensar en la conversación que tuve con aquel chico el día anterior, ¿Tendría razón Takeshi y debí pararlo?, el destino a veces es incierto y caótico.
Segundo día que me enfrento a este paraje, esta vez copiando la idea del voluntario, traigo preparados los lazos para adentrarme, sin perderme sobre mis pasos. Esa extraña sensación volvía de nuevo, algo en mi interior quería que indagase en lo profundo de la maleza.
Inmerso en mis pensamientos, llegué hasta el punto en el que, el día anterior, mantuve esa extraña conversación con aquel hombre, entonces escuché un pequeño murmullo que poco a poco se acercaba a mi posición.
Esa fue la primera vez que vi la dura realidad de este bosque, sacaban un cuerpo en camilla entre dos chicos, debían ser compañeros de Sinosuke, puesto que llevaban el mismo uniforme, el cuerpo se encontraba tapado, pero me fijé en el brazo que colgaba de la camilla, ese reloj amarillo chillón era inconfundible, se trataba del chico de ayer.
Quedé petrificado sin saber qué hacer ante la situación, fui la última persona con la que habló, ¡Quizás pude haber evitado lo que hizo!, Esa cuestión carcomería por dentro a mí yo de antes, tras ver el cadáver volví hasta el coche, arranqué y a toda velocidad volví de nuevo a mi hospedaje, con intención de abandonar esto y volver a España.
Una vez llegué, encontré a Takeshi sentado en el porche sobre en una butaca, —que pronto volviste hoy, ¿Pasó algo señor Fonseca? —, con los ojos rojos embarrados en lágrimas le contesté, —¡Tenía usted razón señor Takeshi!, Debí haberle parado, no lo hice, mi mente no asocio en ese entonces la actitud sospechosa de ese hombre—, Takeshi mientras daba una profunda calada a la pipa de la cual estaba fumando me respondió, —Muchas veces han pasado por aquí personas que han acabado con su vida, me di cuenta de prácticamente todas, e incluso intentando ayudarles, el final fue el mismo resultado. Ya se lo dije señor Fonseca, una vez que Aokigahara entra en la mente, ya no hay nada que hacer, dicen que las termas además del cuerpo limpian la mente y el alma, dese un baño, le vendrá bien—.
Le di las gracias por tan sabio consejo, me quité de nuevo los zapatos, luego la ropa y me fui a darme un relajante y prolongado baño.
Pasé horas metido en esas termas, dejando la mente en blanco, sin pensar en nada, solo descansando cuerpo y alma.
Sinceramente, me vino bastante bien, era lo que necesitaba para centrarme en mi objetivo, acababa de pasar una experiencia traumática, era cierto, pero también me sería útil para el que entonces era mi objetivo, llevar al mundo la realidad sobre el porqué de la tasa tan alta de suicidios en este lugar. Aún era temprano, así que antes de la cena decidí pasear por el pueblo para preguntar a los lugareños sobre leyendas acerca del bosque, casi todos coincidían en lo mismo que Takeshi, que era un lugar peligroso donde las almas de los fallecidos seguían allí deambulando entre los árboles, ayudando a más personas a conseguir su objetivo, también era común algunos que preferían ni nombrarlo siquiera, Japón es un país bastante arraigado a sus tradiciones y dichos, para ellos no eran leyendas, sino realidades heredadas de sus ancestros.
Estuve varias horas tomando anotaciones de todas las conversaciones que tuve con los distintos lugareños en la zona, regresé al hotel, esta vez la cena estaba sobre la mesa, acompañada de una nota, en esta venía escrito; ``Buenas noches, señor Fonseca, esta noche no puedo acompañarle, tengo quehaceres familiares, le dejó un plato de okonomiyaki listo, espero que lo disfrute´´. La verdad que debí haberle puesto la puntuación más alta en “Booking” al bueno de Takeshi mientras pude, mejor anfitrión imposible, tras cenar el sabroso okonomiyaki, me fui de nuevo a mis aposentos, para recopilar toda la información obtenida y mañana volver al Jukai, para seguir investigando.
A la mañana siguiente, como de costumbre me levante, cogí el rico bento y arranque el coche para volver a la espesura.
Pensé que esa vez tenía que hacerlo, simplemente entré en pánico cuando me topé con la muerte de cara, ¿pero acaso no vine a eso? Qué mejor experiencia para mi investigación, decidido colgué el primer lazo color rojo y avancé más allá del límite.
Observé que mi móvil además de no tener cobertura, como ya sabía, dejaba de funcionar por tiempos, las minas magnéticas provocaban eso en los dispositivos electrónicos, pero mientras atase bien los lazos no debía de tener problemas.
Entonces escuché por primera vez esa hermosa voz, un tenue sonido, debía provenir de una mujer joven, de unos treinta años aproximadamente, pedía auxilio, pero no de forma desesperada, más bien manteniendo la calma.
Como loco comencé a buscarla siempre poniendo atención en seguir atando lazos por el camino, pero por más que buscaba no la encontraba.
La ansiedad comenzó a apoderarse de mi cuerpo, no podía pasarme por segunda vez, imposible, no me rendiría jamás hasta encontrarla y hablar con ella.
Entonces fue cuando noté que alguien palpaba mi hombro izquierdo, mientras me susurraba al oído, —cuidado, señor, quizás vaya directo hacia ese peligro del que habló, o tal vez como yo busque la paz y quieras ser un nuevo miembro—.
En ese momento reconocí la voz, no podía ser cierto, o eso pensó mi incrédula mente gestada entre manuales de psicología. Intenté reconducir mi cordura alegando a la sugestión, me encontraba en Aokigahara, solo más allá del límite recomendado, tras una experiencia traumática, ahí fue cuando decidí avanzar, cuando todas las señales me indicaban que volviese.
Seguí hacia adelante, poniendo mis lazos mientras buscaba una voz que probablemente hubiese sido creada por mi mente, hasta qué sentada sobre la base de un ciprés, la vi, por primera vez, la mujer más bella que jamás había visto.
Su cabello negro recogido, tez blanca cuál porcelana, vestía un bello kimono de época y sobre todo una voz tan suave y dulce, que hacía que se me olvidase donde estaba.
—¿Está bien?, le he escuchado pedir auxilio desde cierta distancia, vengo desde entonces buscando su voz, dejé lazos por el camino, así que podremos volver fácilmente—, quedé atónito cuando ella no me contestó, solo se levantó, me dio un dulce abrazo, cogió mi mano derecha e intento que fuésemos aún más adentro del bosque.
—Pero mujer, pidiendo auxilio y ¿aún quieres adentrarte más? Deme la mano mejor, le ayudaré a salir de aquí—, accedió a darme la mano, para mi sorpresa de su boca no salió ni una sola palabra en todo el trayecto, en cambio, me miraba de forma insinuante, entrelazaba sus manos con las mías y algo que no entendí muy bien, iba quitando los lazos tirándolos por el suelo.
Le insistí varias veces que mejor no lo hiciese, que eso podría ayudar a rezagados en un futuro, pero parecía no importarle lo que le dijese, y llegado a este punto, a mí también empezó a darme todo igual, solo podía prestar atención a su bella sonrisa.
A veces también hacía un raro juego, cuando me distraía un poco anonadado en su belleza, parecía como si quisiese desviarme del camino marcado por mis lazos, entonces yo le tiraba de nuevo hacia mí, nos fundíamos en un bello abrazo y proseguíamos el camino, hasta llegar de nuevo al recorrido seguro.
Durante este recorrido, hasta llegar a la entrada, como dos tortolitos recién enamorados, nos abrazábamos, seguíamos jugando a ese juego raro que le gustaba, hasta que casi en la entrada, me besó, de una forma tan apasionada como jamás lo habían hecho, fue el beso más dulce que sentí nunca, fue como miel derretida en los labios.
Luego posó sus bellos labios cerca de mis oídos, dirigiéndome las primeras palabras en todo el trayecto; —Nos vemos mañana de nuevo aquí, no tardes por favor, me muero por seguir—.
Tras decir esto se fue sin dejar rastro, no me dio tiempo siquiera a decirle si quería que la llevase a algún sitio, fue un momento tan mágico y fugaz, que no me dio tiempo a pensar ni analizar nada, directamente cogí el coche y lo conduje hasta el onsen.
Mi cara de felicidad hizo sospechar a Takeshi, algo no le cuadraba, posó su mano derecha en mi hombro y me dijo, —señor Fonseca, ¿Le noto algo raro, todo bien? — le respondí con un cordial abrazo, lo cual le sorprendió aún más, entonces le contesté, —me voy a dar una ducha, en la cena le cuento todo señor Takeshi—.
Me di una relajada ducha pensando en la bella dama que acababa de conocer, jamás me había encandilado así de nadie, ni de mi exmujer, de la cual créanme, estuve muy enamorado, hasta que, simplemente, la rutina acabó con lo nuestro, ¿Pero esta sensación?, jamás la tuve.
Cuando llegué al comedor, Takeshi tan amable como siempre, ya tenía todo un banquete preparado, arroz, gambas, yakisoba, un sinfín de manjares, —adelante señor Fonseca, soy todo oídos—, noté que esta vez estaba más interesado de lo normal en mi día, además su entonación lucía preocupada, entonces le conté toda la aventura vivida con la bella japonesa de tez clara, la cual por cierto en ese entonces no sabía su nombre.
La reacción de mi amable casero no fue la que yo esperaba, —señor Fonseca, Aokigahara ha entrado en su mente, debería volver a España, de lo contrario no le espera nada bueno por estos lares—, quedé atónito ante tales acusaciones, —¡Que dice señor Takeshi, esa persona es la mujer de mi vida, como no puede verlo!— vi como Takeshi frunció el ceño, se levantó de la mesa, mientras se dirigió a mí por última vez, —señor Fonseca, una dama no pasea en kimono de época por Aokigahara, ni provoca esa ceguedad en una persona que acaba de conocer, no voy a ser partícipe en esto, he visto a muchos como usted, le daré mi último consejo, márchese a su país, aún está a tiempo—.
Enfadado también marche de la mesa, cogí las llaves del coche, me dirigí hasta el mismo, arranqué y marche sin pensar a donde ir, estas veces que conduces y sin saber cómo, terminas en un destino, pues de esa forma acabé esa noche de nuevo en el bosque de los suicidios.
Bajé aún enfadado, aunque algo más sereno, cuando unos brazos se posaron sobre mis hombros, esas hermosas manos, era imposible que no las reconociese, —¿Qué haces aquí a estas horas?— le dije mientras embobado, le miraba a los ojos, a lo que con una tímida sonrisa me contestó, —esperándote amor mío, por fin llegaste—.
Esa conversación derivó en un duradero beso, del que no fui consciente, sin darme cuenta, ya estábamos adentrándonos en el bosque, en ese momento recapacité, — ¡Si no ponemos lazos no sabremos volver!—, a lo que su dulce voz me contestó, —no te preocupes, he ido marcando el camino, ¿Ves?, me dijo señalando una hilera de lazos rojos que había ido anudando por el camino. —¿Sabes qué podríamos hacer?—, me dijo con esa voz, la cual sabía perfectamente que era mi perdición, —no lo sé, ¿Qué te apetece hacer a ti?—, cogió mi mano, comenzó a correr hacia un árbol, de un salto nos hizo llegar a los dos a una altura de unos tres metros, sorprendido le dije —¿Cómo hiciste eso?— entonces me besó, me dio igual todo, lo que hubiese pasado, las advertencias, mis estudios, solo quería seguir besando esos labios.
Entonces ella me puso la hilera de lazos de corbata, pausando el beso mientras me dijo, —ahora serás mío para toda la eternidad, bienvenido a la familia de Aokigahara—, me abrazó con fuerza y saltamos juntos al vacío.
Desde entonces recorremos esta eterna arboleda juntos, como amantes eternos, formando parte de una enorme familia, que no para de crecer. Recuerda, aunque no creas en mitos, si te adentras demasiado en lo desconocido, quizás acabes formando parte de nuestra gran familia.