En las devastadas tierras salvajes nació un joven con el don del conocimiento, sin saber nada sobre sus orígenes.

Desde que tiene uso de razón vive en un orfanato, con apenas un año sabía leer y escribir a la perfección, a los cinco ya era todo un erudito en matemáticas, a los diez tenía la sabiduría que algunas personas no adquirían durante toda una vida.

En una taberna cercana al orfanato pararon unos clérigos del culto de Zivilyn la diosa de la sabiduría, llegando a sus oídos de un joven de talento colosal llamado Arthas, al acabar el hidromiel se dirigieron a la biblioteca central de la ciudad, donde este se pasaba los días.


Al llegar se encontraron a un chico de cabello negro, sentado en soledad sobre un pupitre, en el mismo había quince tomos de varias temáticas, historia de Faerum, volúmenes de hechicería, incluso cantares de gesta de ilustres bardos, —Hola chico, ¿Qué tal estás?— le preguntó con tono amigable uno de los clérigos, —bastante bien señor—, le respondió alzando la cabeza, en ese instante observó los ropajes característicos de esta religión, —¿sois del culto de Zivilyn?, dicen que vuestra biblioteca es la mayor en el mundo, ¿es cierto?—, el clérigo que permanecía en pie le contesta sorprendido, —no sé si la mayor del planeta, pero es bastante grande, ¿te gustaría verla?— los ojos de Arthas se abrieron tanto que parecía que les iban a salir de las cuencas en cualquier momento, —por supuesto que quiero, ¿cuándo nos vamos?—, ambos soltaron una carcajada ante la reacción del joven, —¿no quieres al menos guardar tus pertenencias?—, se levanta de la silla, la coloca bajo el pupitre, posteriormente guarda los libros de forma ordenada cada uno en su estantería, mirando hacia los clérigos dice, —lo único que necesito llevar, ya lo porto conmigo—, con una media sonrisa el clérigo se dirige al niño —entonces partiremos ya, que nos queda un arduo camino—.

Tras varios días de camino llegaron al culto de Zivilyn, lugar de renombre entre los clérigos, puesto que de allí, solían salir los más brillantes y laureados de todo Faerum. Arthas sin ningún problema pasó los exámenes selectivos para poder ser educado en el mismo, para pertenecer a este y acceder a todo el conocimiento que alguna vez había soñado.


Aún no había terminado oficialmente los estudios cuando los grupos de aventureros ya ofrecían grandes cantidades de monedas de oro para obtener sus servicios.

Destacaba en todos los aspectos que podía tener un clérigo, siempre sabía qué hechizo usar, era un espléndido luchador a espada y escudo, capaz de levantar a un grupo entero a punto de perecer, los bardos comenzaron a cantar en su honor por las tabernas.
Al terminar los estudios, era una de esas personas llamadas a hacer historia, en el culto se frotaban las manos con el diamante en bruto que tenían entre sus filas, sin ser conscientes de lo que estaba a punto de suceder.

—Arthas, en veinte y tres años que tienes no sabes lo que es divertirte, solo haces trabajar y estudiar, aunque solo sea una vez ven a una fiesta con nosotros— el que hablaba era Fineon, un hombre alto, robusto, con alopecia prominente no acorde a su edad, un compañero de promoción, —claro buen hombre, por una farra que te pegues con nosotros no te va a pasar nada, disfruta de la vida un poco chaval— le reprochaba Rominuc, bajo, de tez negra y pelo rojizo, otro de sus camaradas, —lleváis años machacándome con eso, está bien, después de todo un poco de gozo no hará daño ¿no?—, ese fue el inicio de la caída hacia el abismo de Arthas.

Después de tantos años, cuya mente solo ocupaba alcanzar más conocimiento, jamás supo lo que era disfrutar, cuando lo probó por primera vez, fue tal el éxtasis obtenido, que pasó de tomar un hidromiel en la taberna más cercana, a despertar desnudo en un burdel con una pipa de opio sobre el torso, fue tan majestuosa la cogorza que se cogieron los tres, que enlazaron una tras otra, dejando de lado su trabajo como aventureros, su afán de conocimiento parecía haber desaparecido por completo, su única preocupación pasó a ser el buscar un buen burdel o fumadero de opio en el que no hubiesen estado, pasaron de ser subastados por los mejores aventureros de Faerum, a curar narices rotas en peleas de borrachos por miseras monedas de bronce.

Una de esas mañanas llenas de resaca, en un momento de lucidez, Arthas cerró los ojos, observo a ese niño que se pasaba las horas encerrado en la biblioteca, mirándolo fijamente, con decepción en la mirada, —¡Fineon, Rominuc!, es hora de que paremos esta bacanal, se nos ha olvidado quienes somos realmente—, joder Arthas tengo resaca, ¿qué es esto que tengo aquí?— Fineon recién despierto se dio cuenta de que tenía un dildo de madera introducido en el ano, lo cual provocó las carcajadas de los otros presentes, —vamos a hacer una cosa, hoy vamos a darnos la mejor fiesta de nuestras vidas como despedida, así podremos retomar nuestra anterior faceta, ¿cómo lo veis?— dijo Rominuc mientras sonreía a sus camaradas de juerga, - de verdad no tenéis remedio— susurró Arthas sosteniendo su cabeza con la palma de la mano.

Se encontraban los tres de nuevo con aires de victoria frente a la primera taberna-burdel que se encontraron, comenzaron a beberse todo el hidromiel que pudiese destilar su hígado.
Formaron una bacanal de desconocidos, todos desnudos en el centro de la pista, hasta el dueño de la taberna terminó como dios lo trajo al mundo tomando hidromiel sobre los pechos de una anciana, fue la colosal farra de sus vidas.

A la mañana siguiente, Arthas despertó en un barracón, —¿Dónde cojones estoy?, bienvenido clérigo, te has alistado en un ejército de un país que desconoces, enhorabuena, le dijo de forma sarcástica una humana de pelo negro con cara de pocos amigos, —¡perfecto, así que este es el escuadrón Ralvol, me gusta!, observó como un enano con mucho pelo no paraba de gritar, mirando a su alrededor vio que lo acompañaba mucha más gente, un mago, una semielfo monje y una elfa, —parece que me he unido a un grupo de lo más peculiar, tal vez me viene bien separarme de Rominuc y Fineon, quizás rodeado de esta gente pueda volver a ser el Arthas que todo el mundo admiraba—, se dijo a sí mismo, viendo esta situación como la oportunidad de volver a ser lo que fue antaño.