En una remota aldea humana cerca del bosque de Neverwinter, gobernada por una dinastía de tiranos que arrebataron todo a sus ciudadanos.

Incluso los apellidos, solo pudiendo obtener de nacimiento su nombre de pila. Nació la pequeña Adrielle, hija de los exploradores Agroth y Krashela, era la mayor de cuatro hermanos, ordenados de mayor a menor: Rubber, Zardinark y Josti.

A muy corta edad, cuando Adrielle tenía diez años, en una cruzada contra orcos en el bosque, Agroth sufrió una emboscada, muriendo este y todo su grupo, Krashela quedó sola a cargo de cuatro hijos, por suerte la pequeña demostró grandes dotes con el arco prácticamente desde que lo cogió por primera vez, así a través de la caza pudo ayudar a su madre a sustentar a sus hermanos.

Pasaron los años, la que era una niña pasó a ser una joven esbelta, músculos tonificados debido a los largos días pasados en el bosque, cabello negro, largo y trenzado, para que no le molestase a la hora de usar su arco, ojos negros con una mirada penetrante, desafiante.

Debido al ambiente rudo, hostil en el que se criaba, nunca tuvo claro la línea que separaba el bien del mal, para ganarse unas monedas de oro extra, comenzó a hacer trabajos como mercenaria desde bastante joven, para los adinerados de las ciudades colindantes.

Aunque ya estaba un poco cansada de pagar tributos a los que ella consideraba inútiles gobernantes de su aldea, pero tanto su madre, como los hermanos, no tenían su ambición, ni las capacidades físicas de la joven.

Era de costumbre al pasear por el mercado del pueblo, encontrar ajusticiamientos públicos, normalmente por sandeces, puesto que a veces, había ejecuciones por tener la mala suerte de manchar uno de los ropajes de cualquiera de los arrogantes señoritos pertenecientes a la élite.

Una tarde de verano, una densa bruma abarcó toda la aldea, esa opaca niebla no era natural, puesto que la temperatura no era la acorde y además no era zona donde soliese existir niebla.

Adrielle se temió lo peor, como si fuese un animal acorralado, cargó su arco, cerró los ojos para usar su olfato, ese nauseabundo olor, no podía provenir de otra criatura, una manada de orcos estaba atacando la aldea, con los ojos aún cerrados, solo guiándose por el olor, soltó la trenzada, atravesando el ojo derecho de una de las aberraciones.

Se dispuso a coger altura, trepó por la casa más alta que había en la ciudad, la de los gobernantes, mirando por el ventanal, los vio escondidos como ratas tras los muros, rezando para que alguien parase esta masacre, no obstante escaló hasta lo más alto del tejado, ahí la niebla no molestaba a su ojo avizor, debido a que esta se encontraba a ras de suelo, comenzó a lanzar flechas sin parar, los orcos perecían de uno contra la grava, entre algunos valientes del pueblo y el carcaj vacío de Adrielle, ahuyentaron a los engendros, dejando un rastro de cadáveres regados por la aldea en ambos bandos.

Casi se cae del tejado por la prisa de llegar lo más rápido posible hasta su hogar, el camino se le hizo eterno, los segundos pasaban como horas, hasta que al fin llegó a la puerta, la abrió de una patada, nada más entrar vio un enorme rastro de sangre que llegaba hasta la cocina, siguiéndolo encontró a Rubber muerto y más adelante a Josti en su lecho de muerte, sacó fuerzas de donde no las tenía para en su último aliento decirle a su hermana, —Adrielle, se los han llevado, a los dos—, la luz se desvaneció de su mirada por completo.

Un ataque de ira cegó la mirada de la joven humana, que recargó su carcaj de flechas, las impregno en aceite y partió directa hacia el palacio de los tiranos.

Al llegar se encontraban todos asomados en su balcón, estos se dirigieron a ella de forma arrogante, —Excelente plebeya, vimos el digno uso que le diste a tu arco, como recompensa, dejaremos que te quedes con algo más de oro cuando ejerzas de mercenaria—, entre risas entraron de nuevo todos en la mansión, como si nada hubiese pasado.

Adrielle observó que las fraguas del herrero estaban encendidas, prendió las flechas, comenzó a disparar a las lámparas de aceite que había en el interior de la mansión, mientras gritaba, —¡Salir sucias ratas!, vais a morir como lo que sois—, salieron corriendo por la puerta principal, al escabullirse todos, la exploradora fue dándoles caza por todo el pueblo, hasta que al fin solo quedaba el líder del mismo, al cual amarró, puso en mitad del mercado y prendió fuego vivo, como si fuese uno de sus propios ajusticiamientos, luego siguió echando flechas en llamas al palacio hasta que este se hizo cenizas.

Tras esto cogió sus pertenencias, el arco de su padre, la bandana de su madre y partió en búsqueda de la manada de orcos. Tras meses de búsqueda no consiguió encontrar nada, la ira seguía latente en su interior, así que decidió ir donde la muerte le llamase, persiguiendo y cazando a todo orco, abominación, trasgo, etc. Que se cruzase en su camino, de esta forma nació la historia de Adrielle ``La Ira de Neverwinter´´.