En la escondida isla de los siempre unidos, una de las familias mejor posicionadas económicamente tuvieron una hija, a la cual le pusieron el nombre de Cyrandil.


Desde su nacimiento la pequeña tenía toda la vida predestinada por sus padres, le esperaba un matrimonio concertado con el futuro heredero a la corona, el príncipe Arcavalan, el cual tenía dos cientos años más que la pequeña Cyrandil, —el amor no tiene edad, cariño y menos para los elfos—, le decía su madre cada vez que ella daba su negativa a la unión. Cyrandil no quería la vida que se le había otorgado, deseaba conocer mundo, salir de aventuras.


Escondiéndose de sus padres se iba al gigantesco bosque que estos tenían como jardín, con sus propias manos había fabricado un arco, usando ramas de fresno y finas cortezas de enebro cosidas formando la trenzada, así podía practicar con este sin que nadie le molestase, era el único momento en el día en el que sentía verdadera libertad.


Cuanto más sabia de su prometido, más le repudiaba la idea de tener que pasar su larga vida junto a semejante escoria, su nombre se coreaba por todos los burdeles de la isla e incluso de las tierras colindantes. Se pasaba el día bebiendo vino, insultando a los más desfavorecidos, daba azotes a aquellos que no se arrodillaban a su paso.


Cariño, tienes que ponerte radiante para hoy, es tu primera cita con el príncipe, ¿estarás feliz no?—, le dijo su madre portando en las manos un hermoso vestido de seda en color aguamarina, —Aetele, no voy a quedar con nadie, tengo sesión de perderme para no veros las caras un rato—, le respondió con desdén, —jovencita te recuerdo que soy tu madre, vas a ir a la cita por las buenas o por las malas, ¿quieres que llame a tu padre?—, mirándola con desaprobación y con un tono más elevado, —que miedo por favor, me tiemblan las piernas de pensar en que me hará el botijo imbécil que tienes como marido— le respondió en tono irónico, mientras abría la ventana mostrando una sonrisa a la vez que decía adiós con la mano izquierda a su madre y se deslizaba hacia el jardín.



Encontrándose cerca de la arboleda se encontró con Galatrid, una chica de su edad, hija de una criada que tenían en su casa, una chica de estatura media, bellos ojos azules, cabello largo, sedoso, negro y una dulce voz que al cantar hacía que los pájaros callasen.



Con ella tenía una estrecha relación, —Cyra, sabes que deberías arreglarte para tu cita, te puedes meter en graves problemas, recuerda quién es, usa la cabeza—, le dijo agarrándole del brazo izquierdo, —pero es que no quiero ir con ese ser repugnante, ¿merezco una vida así?— respondió con rabia en la mirada, —ya se nos ocurrirá algo, hoy por lo pronto ve a esa cita—, haciendo caso a su amiga, volvió hacia la casa.


Se dió un largo baño, se alisó el cabello rubio, era tan fino que apenas con una pasada de peine quedaba precioso, se puso el vestido de seda color aguamarina que Aetele le había comprado, sus ojos verdes observaron el reflejo en el espejo, mirándose a sí misma con desaprobación.


Desde la ventana escuchó una voz que dialogaba con su padre, —Buenas tardes Eorond, vengo a por tu hija—, dijo mientras alzaba la vista por encima de su hombro, mientras esbozaba una sonrisa déspota, relamiéndose los labios, como si fuese a comer una presa, un elfo alto, delgado, de cabello largo y negro, —claro su alteza, ya tiene que estar al bajar—, a Eorond solo le falto ponerse de rodillas para limpiarle los zapatos.


Mientras salía por la puerta la bella y joven Cyrandil, el príncipe apoyo su mano izquierda en el hombro del que iba a ser su suegro, soltando humo de pipa, - no está nada mal la mercancía que he comprado, ¿no crees?—, con risa nerviosa por la posible reacción de su hija, miró hacia Arcavalan, —la verdad que si señor, mercancía de primera calidad—.


Después de esa conversación no sabía quién le daba más asco, si su prometido o el cerdo de su padre, avanzó hacia el elegante carruaje tirado de bellos corceles negros, con tono tirante se dirigió al que iba a ser su esposo, —subes o ¿voy a ir sola?—, —no cariño, aún no tienes la categoría suficiente para subir ahí, mejor iremos a vuestro jardín, así tendremos más intimidad—, dijo relamiéndose de nuevo los labios.


No pudo evitar tener una arcada después de escuchar tal comentario, ambos se dirigían hacia su bosque, aquel que siempre fue un santuario, ahora solo sería otro lugar más que evitar.


Habiendo avanzado unos veinte minutos desde la casa, el príncipe salvajemente agarró el brazo de Cyrandil, empujándola contra un árbol, —siempre hay que probar la mercancía antes de llevarla de forma definitiva, ¿no crees?—.


La joven notaba sobre su propio rostro el hedor a alcohol que emanaba de su boca, respondió dándole una patada en los genitales, bajó su mano a la parte trasera de su pierna izquierda, donde siempre escondía una pequeña daga, la alzó para coger fuerza perforando su hombro derecho hasta que toda la hoja quedó incrustada en la carne, soltó el puñal y salió corriendo de nuevo hacia la casa.


Al verla aparecer con sangre en el vestido, sus padres exaltados le gritaron, —¡Que hiciste maldita necia!, ¡Vas a joder la oportunidad de nuestras vidas!, ella los ignoró, siguió corriendo hasta llegar a su alcoba, allí se encontraba Galatrid, realizando sus obligaciones diarias, —¿Qué paso Cyra?—, esta la abrazó con lágrimas en los ojos sin apenas poder hablar, —ya está, todo va a salir bien— le susurró al oído mientras le devolvía el abrazo.


De fondo se escuchaba alboroto —¿Qué sucedió majestad?, ¡Dios mío, está sangrando!—, dijo Aetele horrorizada, sujetándose la cara con ambas manos, —no pasa nada no te preocupes—, dijo sonriente el príncipe mientras entregaba la daga ensangrentada a su madre, —esto es de tu hija, por cierto, la unión se adelantará a mañana, estoy ansioso por la noche de bodas— con una media sonrisa, en tono elevado, sabiendo que Cyrandil lo escucharía, —esta misma tarde llegará el vestido de novia, la ceremonia será en la gran catedral de Lózhilspar, espero puntualidad por vuestra parte, un carruaje pasará a recogerla a las doce— dicho esto subió a su lujosa carroza y marchó.


La ansiedad se apoderaba del alma de la joven Elfa, que veía las pocas horas de libertad que le quedaban pasar rápido en el reloj, —¿Qué puedo hacer?, no quiero esta vida, ¡prefiero morir! Antes que entregarme a Arcavalan—, abrió la ventana mientras se subía al fino rescoldo que la separaba de la caída, entonces una mano agarró su pierna izquierda, —¡Alto Cyra!, Escaparemos mañana juntas, tengo un plan—, Cyrandil bajó de la ventana sin decir nada, su rostro bañado en lágrimas habló por ella.


Necesitamos que consigas tinta, tijeras, flechas y tu preciado arco, el resto de cosas las conseguiré en el mercado, además tengo algunos contactos que nos pueden ayudar—. En ese momento Galatrid sacó un plano de Lózhilspar, explicándole detalladamente todo lo que tenían que hacer para que saliese a la perfección, —entendido, Gala voy a conseguir lo necesario para el plan, mañana a primera hora nos vemos en mi alcoba—, alzó su puño izquierdo en señal de pacto, sonriendo, su amiga contestó chocando el mismo.


La tinta sería fácil de conseguir, su padre era el dueño del periódico más importante de toda la isla de los siempre unidos, en su despacho tenía cientos de bolsas, con diez serían suficientes, siendo pocos no apreciaría su falta, salió del despacho y subió rápidamente a su habitación para esconderlas.


Al poco tiempo apareció su madre con el vestido, —mira qué preciosidad, el príncipe no ha escatimado en gastos—, casi sin mirar al traje ni a Aetele, respondió de forma distante, —si, muy bonito, déjalo ahí, por cierto, a modo informativo, en el carruaje solo iremos mi asistenta de confianza Galatrid y yo, tú te vas con el baboso de tu marido—, un enfado muy enervado opacó a su madre haciéndole ponerse roja como un tomate, —como se te ocurre tal desfachatez, soy tu madre, ese es mi lugar— sin dejarla acabar, poniendo su rostro a dos palmos del suyo le dijo, —o es así, o no hay boda, y evidentemente, sabes que pasará, ¿no?—, aún roja se dio media vuelta, —¡Vale, haz lo que quieras, como siempre!— se marchó dando un portazo, lo cual desembocó en una larga carcajada de Cyrandil.


Sacó de uno de sus armarios una bolsa grande, se dirigió al bosque para recolectar todo lo necesario para el viaje, creó unas cuantas flechas para el acto principal, cogió su arco partiendo hacia la casa, una vez allí, paró en la cocina para coger unas buenas tijeras y lo dejó todo preparado para el show de la gran boda.


Con el canto de los pájaros amaneció el día, sus padres llevaban listos bastante tiempo cuando sonó la puerta, —¿Quién es?— dijo Aetele, de forma soberbia, sabiendo perfectamente de quien se trataba, —soy Galatrid señora, vengo a ayudar a Cyra a prepararse para su gran día—, Cyrandil al oír la puerta, bajó a recibirla, sabiendo que la envidiosa de su madre le pondría trabas, —bueno Aetele, Eorond, es hora de que os vayáis, no quiero que nadie salvo Gala, me vea vestida hasta la misma ceremonia, con cara de pocos amigos los padres salieron por la puerta, montaron en el carruaje y marcharon hacía la catedral.


Por fin estamos solas, vamos a prepararte para tu verdadero gran día— agarrando del hombro a Cyra subieron las escaleras, dispuestas a comenzar con el plan, cogieron el traje, lo tiraron sobre la cama, primero con las tijeras cortaron todos los volantes, dejando solo un fino vestido, idóneo para la movilidad, posteriormente tiraron todos los sacos de tinta sobre el mismo, para que se impregnase bien el color negro, para dar un toque lúgubre a la entrada de la Elfa.


Oye, ¿me cortas el pelo? Mirando sonriente hacía su amiga, —pues me parece buena idea, ¿Cómo de corto?, —casi rapada Gala—, respondió riéndose mientras señalaba la cantidad de mechones que quería desprenderse, —pues vamos a ello entonces—, cogió la tijera y comenzó a cortarle el cabello, hasta que solo podía peinarse un poco la parte superior del mismo.


Una vez listas, cogió el arco y las flechas, dirigiéndose hacia el carruaje, apuntaron al conductor del mismo echándolo del lugar, entonces Galatrid se puso a los mandos, —recuerda Cyra, una vez fulminado, bajas lo más rápido posible, los caballos ya estarán esperándonos en el bosque, vamos directamente hacia el sur, donde ya habrá un humano con un barco, el cual nos llevará muy lejos de aquí, para que podamos vivir una buena vida—, escuchando atentamente la joven Elfa mostró en su rostro la determinación del corazón indomable que esta poseía, —perfecto ya casi hemos llegado, manos a la obra—.


Cerca de la catedral, Cyrandil se bajó para comenzar con su plan, cogió unas cuerdas que Galatrid había conseguido en el mercado, amarró una parte a su cintura, mientras sujetaba la otra a una de sus flechas, —la primera parte es la más difícil, el resto será pan comido— se dijo a sí misma motivándose para la misión.


Se encontraban ya en la parte trasera de la gigantesca catedral, lanzó la flecha anudada a la cuerda hacia uno de los ventanales abiertos que se encontraban en la segunda planta, justo arriba del altar donde ya se encontraba esperándola el príncipe, una vez anclada la flecha, comenzó a escalar ayudándose de la soga, hasta estar posada sobre el ventanal, hizo la señal que acordó con Gala, esta se bajó del carruaje y azotó a los caballos para que corriesen hacia delante, —ahí viene la novia— se comenzó a escuchar entre los invitados, todo iba según lo previsto.


Cyrandil esperó hasta que Galatrid llegase hasta los caballos, cuando hizo la señal de que todo estaba en orden, cargó una flecha y disparó hacia una de las lámparas que adornaban el majestuoso techo, haciéndola caer en mitad del pasillo, llamando así la atención de todos los presentes.


Un suspiro conjunto tronó en la sala, los cuchicheos entre personas comenzaron a formar un murmullo que hacía imposible escuchar nada, entonces Arcavalan mandó silencio a todos de un alarido, —mi querido prometido te veo un poco alterado ¿no?— le dijo soltando una carcajada sonora que retumbó hasta el fondo de la catedral, —maldita insolente, haré que te cuelguen por esto, crees que con tu modelito y corte de pelo ¿vas a conseguir intimidarme?, ¡Te equivocas!— respondió a gritos el príncipe, —el que se equivoca eres tu querido mío, el color del vestido no es para llamar la atención, por lo contrario, es como debe de ir una viuda—, entonces cargó su arco, disparando una flecha atravesando la garganta de Arcavalan.


Mientras este se ahogaba en su propia sangre, la joven Elfa se dirigió a él sonriendo — parece que la mercancía esta vez te salió demasiado cara Arcavalan, no te dio tiempo siquiera de llegar a la noche de bodas, esa de la que tanto ansiabas—, alzó la mirada hacia todos los presentes, en especial a sus padres —hoy no solo muere el asqueroso príncipe de esta repugnante nación, sino que también lo hace Cyrandil, hija de Eorond y Aetele, para dar paso al nacimiento de Elanor ``El Alma Libre´´, tras este discurso agarrándose a la cuerda se deslizó hasta el suelo, donde ya Galatrid le estaba esperando con los caballos, ambas se subieron rápido y comenzaron a galopar hacia el sur.



Debido a lo bien planificado que tenían todo apenas les dio tiempo a reaccionar, la soberbia del príncipe hizo que apenas hubiese guardias en la zona, por lo cual llegaron sin apenas esfuerzo al barco, pasando el pequeño portalón y zarpando hacia una nueva vida, —por fin Cyra, perdón ahora te llamas Elanor, somos libres—, mirando hacía el bello mar, mostrando felicidad en sus bellos ojos verdes le respondió con un abrazo, —¡Sí!, ya nos tocaba serlo amiga—.


Pero no todo iba a salir bien, pasados dos días, una fuerte tormenta, hizo que se hundiese el barco, las corrientes hicieron que Galatrid y Elanor se separasen, apareciendo esta inconsciente en la orilla de una playa, —despierta joven, vas a cocerte aquí— una mujer de tez negra, músculos tonificados, largas trenzas negras, se encontraba intentando levantar a la joven Elfa, —¿Dónde estoy?, ¿Quién eres?, ¿Dónde está Gala?— preguntó un poco desorientada debido a la sed, —toma bebe agua, así aclararás un poco tus ideas, estamos en Mélvont, me llamó Feng Li y esa tal Gala no sé quién es, aquí solo estabas tú—.


Tengo que encontrarla, es alguien muy importante para mí—, observándola atentamente Feng Li responde, —me dirijo a un asentamiento ubicado en Yhul, donde buscan soldados, quizás puedas averiguar más allí, ven conmigo—, mientras le ofrece la mano para levantarse, —me parece buena idea, quizás a ella también se le ocurra algo así, permíteme que me presente, me llamo Elanor— cogió su mano y siguieron el camino juntas hasta el asentamiento de Yhul, una ciudad que se encontraba el pleno crecimiento, liderada por un tal Ejax Wingleis, del que se decía que solía pagar bastante bien, un lugar perfecto, para iniciar una nueva vida.