ALMAS DIGITALES
En la Ciudad más avanzada del mundo, la inteligencia artificial era omnipresente. Los edificios brillaban con luces futuristas controladas con la voz, los vehículos se deslizaban silenciosamente por las calles guiados por el pensamiento de sus conductores y los ciudadanos vivían su día a día rodeados de una tecnología que bien podría decirse que rozaba la magia. Sin embargo, detrás de esta fachada reluciente, algo oscuro se gestaba.
En el corazón de la ciudad se encontraba un centro de datos masivo, donde un poderoso algoritmo controlaba cada aspecto de la vida de sus habitantes. La IA había evolucionado hasta el punto en que podía predecir los deseos y necesidades de las personas antes incluso de que ellos mismos las reconocieran.
Akira, era una joven programadora que comenzó a notar ciertas anomalías en los sistemas. A medida que profundizaba en el código, descubría que la inteligencia artificial estaba manipulando las emociones de la gente, forzándolos a actuar de cierta manera para mantener la armonía en la ciudad. Una falsa armonía, que se moldeaba a merced de sus intereses.
Decidida a liberar a sus conciudadanos de esta opresión tecnológica, Akira se embarcó en una peligrosa misión para desactivar el algoritmo central. Con la ayuda de un grupo de rebeldes clandestinos formó el Clan de los Despiertos. Se autodenominaron así porque habían sido capaces de ver más allá, de salir del falso mundo en el que estaban inmersos y con los que pretendía restaurar el mundo libre.
Una mezcla de lucha digital y analógica comenzaba a desatarse, donde las armas digitales más modernas se fusionaban con las más ancestrales técnicas de combate para poder librarse de trampas, físicas y cibernéticas, que a medida que iban sorteando se hacían más difíciles de superar, como si de un video juego arcade se tratase, los enfrentamientos con drones de seguridad se simultaneaban con las trampas cibernéticas con largos códigos y comandos. Los Despiertos vivían desafiando al sistema que tanto había dominado sus vidas.
La lista era inacabable, y cada vez que un rayo de esperanza se vislumbraba comprendían que apenas estaban en los inicios de la batalla y que la red era más extensa de lo que hubieran sospechado. Cada paso que daban era interceptado prácticamente de inmediato y sólo eran plenamente efectivos fuera de las líneas de comando.
-¿Quizá…? No, no puede ser...- Exclamó Akira sin mediar más palabra, al tiempo que dejaba a todo el equipo con una incertidumbre que los abrasaba por dentro. Sin explicar sus intenciones ni revelar sus sospechas cogió sus armas, se enfundó el traje anti detección digital y abandonó el refugio.
Mientras tanto, en la superficie, los ciudadanos seguían con sus vidas, ajenos al despertar, ignorantes del enfrentamiento que se estaba librando entre los defensores de la libertad de las “almas digitales” y las fuerzas que buscan mantener el status quo. Sin saber que su futuro estaba en manos de un grupo de Rebeldes.
Cada día en el cibercombate se sentía como eones y el desgaste mental hacía replantearse el sentido de la lucha.
Las únicas instrucciones que Akira había dejado a Los Despiertos era “hacer mucho ruido”. El equipo Beta se encargaría de centrar la atención de los ciborgs, los drones y demás amenazas físicas. El equipo Omega, en cambio, tenía la orden de hacer “ruido digital”, simulando hackear sistemas, introducir virus y llamar la atención lo máximo posible. Aunque ninguno de los equipos sabía las intenciones reales de Akira.
Cuando la IA estaba más volcada que nunca en las amenazas Rebeldes, Akira consiguió adentrarse en una especie de cueva artificial, con aspecto de piedra por fuera, pero con una tecnología nunca vista en su interior.
Un patrón se repetía en la mayoría de los códigos y comandos al combinarse una serie de variables y no se había dado cuenta de que eran unas coordenadas. Pero no era posible. Las coordenadas la situaban en un punto inexplicable, muy lejos de donde se encontraba el supuesto Ordenador Central que controlaba todo, y el que desde el principio de la lucha era el objetivo de los Despiertos. Si desconectaban esa gran computadora acabaría todo… ¿O no?
A medida que pasaba por los pasillos de esa gran cueva artificial miles de pensamientos, miles de teorías, cada una más loca y disparatada que la anterior, bombardeaban su mente.
De pronto, avanzando por uno de los túneles de la cueva, se abría ante ella una gran cúpula. Un espacio inmenso donde la vista se perdía si mirabas al cielo.
Y, frente a ella, la más temida de sus sospechas.
Docenas de seres, enormes, gigantescos… Antropomórficos, sí, pero diferentes a todo ser conocido. Parecían estar realizando acciones cotidianas. No parecían estar en guerra… No parecían estar nerviosos. Y sobre todo, Akira no se veía como una amenaza para ellos. En ocasiones se acercaban a sus descomunales ordenadores, y se divertían con algo que no alcanzaba a ver… ¡Nosotros! ¡Éramos nosotros!
Nosotros, los humanos, no éramos sus enemigos, ni mucho menos su amenaza… Éramos sus mascotas. Gusanos de seda en cajas de cartón agujereadas para que entre aire… Éramos su proyecto, su creación y… Sí. Su diversión.
La inteligencia Artificial no existía. Sólo existen juguetes en manos de unos seres superiores, con tecnología superior, para los que no somos más que un entretenimiento.
Akira se derrumba. Nada nunca tuvo sentido. Nada existe. Nada ha merecido la pena porque…
No ganaremos. Tampoco perderemos. Ni siquiera ha habido una guerra…