El Poder de Volver a Ser
Era una de esas personas que siguen caminando, aunque el mundo se esté cayendo a su alrededor, con los bolsillos vacíos y en su maleta los pedazos que una tras otra vez fueron rompiendo manos diferentes siguiendo un patrón.
La llaman loca por sonreír ardiendo en el infierno, los rizos sobre su rostro y asomando furtivos unos ojos verdes capaces de ver más allá de corazas y escudos. Una chica peculiar que habita entre libros y que se pierde en ellos para escapar de la realidad, de los miedos, de la vida en general.
Un ente valiente que no teme al fracaso ni a rozar con las yemas de sus dedos el suelo, porque ha aprendido que a veces cuando parece que has descubierto el mismo subsuelo solo queda la opción de emprender vuelo ascendente descubriendo la claridad del sol que nunca se había ido. Un alma libre que siempre ha sabido irse de los lugares donde su corazón se hacía pequeño, y es que ella es tan grande que no hay espacio en el que quepan sus ganas de ser. Porque en realidad todos sabemos que no se puede guardar el ímpetu de las olas que sin miedo chocan en las rocas, y que el observador fascinado siente que estas aumentan la velocidad para intentar alcanzar el cielo.
Una de esas personas que se siente dónde va y más aún, se siente y deja huella cuando se va. Porque ella viene rompiendo todo a su paso, haciéndose hueco entre las ruinas, y se marcha en silencio sin remordimiento y sin la tentación de mirar atrás. Ella siempre sigue caminando con la confianza de quién cierra puertas con sumo cuidado porque entendió que las despedidas son necesarias, aunque tras esas puertas haya quedado mucho más que la ausencia de ropa en unos cajones que antes rebosaban de colores.
Ha roto los esquemas y los pentagramas de la banda sonora de su vida mientras los motores del avión iban creando nuevas melodías. Acompañada de una maleta se ha perdido en otros continentes y en los placeres que en ellos se escondía. Se ha lanzado sin paracaídas a esta agonía llamada vida, y no es porque no tenga miedo, más bien es porque confía plenamente en el poder de sus alas.
La costumbre de beber de la vida directamente en la orilla, porque ella es tan salvaje que es una jodida catástrofe climatológica de las que desordenan la normalidad y siembran el caos, dejando a su paso sucesos inolvidables que siempre serán recordados.
Son muchas las horas que ha pasado en los aeropuertos, esperando aviones que la haga volar rompiendo los límites que nunca tuvo pero que siempre le hicieron creer que existían. Se sienta siempre en el asiento de la ventanilla, clavando su mirada en el exterior sin apenas parpadear por miedo a perderse esas pequeñas cosas que siempre la han hecho feliz.
Ha disfrutado del amanecer muy cerquita del sol y ha contemplado el atardecer desde otra perspectiva, descubriendo tonalidades insospechadas que ha guardado para siempre en un rinconcito de sus pensamientos.
A veces necesitamos ese golpe de realidad, un punto de inflexión que cambie todo, que nos obligue a dar un giro a nuestra vida y a llevar a cabo aquello que siempre habíamos deseado pero que nunca fuimos capaces. En su caso, una ruptura y como consecuencia de ello la caída de un mundo perfecto, como si de piezas de dominó se tratasen, provocando alarma que alerta de una catástrofe que jamás sucedió.
En realidad, a veces pensamos que nuestro mundo se desboca, que estamos destinados al fracaso total ante el abandono y el desamor, hasta que de repente el sol vuelve a brillar igual que lo hacía antes y entonces comprendes que hay cosas que nunca cambiarán porque nunca dependieron de nadie.
Y justo cuando eres consciente de que todo fue un simulacro y los miedos se disipan, justo ahí empiezas a vivir de nuevo. Y eso fue lo que hizo ella, vivir, con todas sus ganas. Vivir sin miedo a perder nada porque ya estaba todo perdido y aun así se sintió ganadora de aquella competición a la que llaman vida.
Ahí fuera siguen hogueras candentes recordando una vez tras otra que la guerra fue real, pero éstas ya no queman. Recoge las cenizas que inundan el cielo convirtiéndolas en trincheras etéreas donde refugiarse el tiempo suficiente para dejar que sus alas crezcan.
Finalizada la metamorfosis amanece para aquella chica que, por más que se ha caído, ha encontrado la manera de levantarse, de enamorarse cada día más de su vida y de no tener miedo a perder porque ha comprendido que el mayor miedo es perderse a uno mismo.